Hay empresarios y ejecutivos que, a base de esfuerzo, logran tener presencia en los medios y se hacen famosos. A veces incluso más que sus propias compañías. Los hay también que no sólo no mueven un dedo por salir en la prensa, sino que eluden hacerlo. José María Castellano es de estos últimos, si bien la vida se encargó de llevarle la contraria. Dos momentos marcaron su proyección: uno, cuando Amancio Ortega, su jefe en Inditex, le encomendó que diese la cara por él en la salida a Bolsa de una empresa que tenía un dueño sin rostro conocido; el otro, cuando el propio Castellano decidió romper con Ortega y empezó a ser cortejado. Pocas veces, salvo ahora, fue él quien tomó la iniciativa. Pero por fin se decidió a jugar como empresario, planeando un aterrizaje en Iberia. Recursos no le faltan, desde luego, pues con las acciones de Inditex que le facilitó Ortega se hizo rico en la Bolsa.
Caste –así le conocen sus amigos– nació en A Coruña hace 60 años y, sin salir prácticamente de allí, conquistó el éxito en el mundo. Para ello se hizo economista y profesor –es catedrático de la Universidad coruñesa–, sin renunciar por ello al ajetreo empresarial. Durante años y años casi no hizo otra cosa que trabajar, algo que suele achacar a que venía de una familia humilde pero que seguramente se debe a que, en realidad, es lo que más le gusta, por mucho que ahora se escape a Londres y su mujer lo vea más por casa.
Algunos lo asocian tanto a Zara que piensan que se crió allí. Sin embargo, no estuvo en los inicios de la empresa que impulsaron Ortega y su ex mujer Rosalía Mera. Él llegó en 1984 tras haber hecho carrera en Aegón y ConAgra, una de las pocas multinacionales que tienen su sede española en A Coruña.
Es verdad que Zara ya existía pero no lo es menos que con él se hizo internacional. Castellano dejó el grupo con 2.500 tiendas, fruto de una expansión que pilotó él mismo, empezando por Portugal. “Para nosotros –me confesó en sus comienzos– es fundamental que a las chicas de París les guste el mismo largo de minifalda que a las de Vilagarcía”. Era una manera de explicar las cosas sin la pedantería de quienes sólo saben copiar frases en los manuales. Todo tenía su explicación: cuando él empezó, su mercado local era Galicia y el exterior, España. Cuando se fue, Inditex seguía siendo una empresa gallega pero su mercado local era España y el mercado exterior, el mundo. Obviamente, a las chicas de París les encantaban las minis de Zara.
Un día decidió dar paso a Pablo Isla al frente de la línea ejecutiva del gigante que había levantado, aunque aceptó una vicepresidencia. La verdad es que ya tenía sus más y sus menos con Ortega, y llegó la gota que colmó el vaso. Su final en Inditex es una historia contada a medias. Quizá se sintió menospreciado por el hombre más rico de España cuando Jacinto Rey le habló de la presidencia de Fenosa y él vio que a su antiguo jefe, socio del dueño de San José en el frustrado asalto a la eléctrica que tenía Botín a la venta, no le entusiasmó la idea. Este hombre extremadamente educado y discreto se cabreó de tal modo con Ortega que abandonó de malas maneras el consejo de Inditex. Eso sí, no tardaron en llegarle novias de diversos niveles. Una de las Koplowitz le hubiera conservado intacto todo su brillo, de haberle mantenido la oferta de FCC, pero alguien se encargó de suspender la boda. Claro que, tras dejar Fadesa, tampoco se vive mal como vicepresidente de la banca Rothschild y en los consejos de Ono, Adolfo Domínguez, Einsa, Puig o Mutua Madrileña.
A este miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas no se le conocen grandes ideas políticas, ni siquiera cuando se pone su pantalón de pana y su jersey de cuello redondo. Eso sí, condena ese caciquismo gallego que condiciona el desarrollo de un pequeño país cuyo Gobierno le dio la medalla de Galicia.
>> Artículo publicado en la revista Capital.
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